VOTOS EN BLANCO
Ensayo sobre la Lucidez de José Saramago no encomia el voto en blanco como la estrategia privilegiada por los votantes para depurar la democracia representativa sino, por el contrario, para negarla. Tras las sucesivas votaciones en blanco la novela no narra la crónica de una elección “saneada” con candidatos ideales. No, solo la lección de ética pública que una comunidad sin burocracia, o abandonada por ella si lo prefieren, le dio al Estado: como castigo contra los votantes en blanco el gobierno ordenó a todos sus funcionarios abandonar la ciudad anticipando que el caos subsecuente haría reflexionar a los votantes hasta hacerlos “entrar en razón”. La novela relata cuan inocua resultó la medida y como fracasó la sanción impuesta, porque lejos de caer en el caos la ciudad estuvo mejor sin burocracia.
Es cierto que un novelista no
catequiza, solo cuenta una historia seductora para atrapar al lector. La
novela es arte, no política. Sin embargo, en esta como en otras obras, verbigracia
1984 de George Orwell, el arte logra un favorable impacto en la
imaginación política. La fabula de Saramago consigue remozarla para
evitar su reincidencia en los ardides de la democracia representativa, o
en las promesas del mercado o de cualquiera otra mentira. Si todo es
mejor sin burocracia entonces ninguna mano diestra, siniestra o ambidiestra
puede, desde el Estado, aproximar nuestras sociedades
al umbral de una ética pública de mínimos y, por esa vía, mitigar
el malestar reinante.
La fábula de Saramago es muy próxima a
la filosofía política de Bertrand Russell. También a la de Jean Paul Sartre
quien, habiéndose declarado anarquista en sus últimos años, pensaba que
para construir una sociedad sin poder o, en todo caso, sin el poder del Estado,
era necesario organizar grupos de personas afines sin vocación jerárquica que
intentaran vivir y pensar fuera del poder. Una sociedad sin poder,
no burocrática, fue precisamente la instaurada por los
votantes de la fabula lúcida con ocasión de su gobierno anarquista de la ciudad
abandonada por el Estado. Una experiencia de autogobierno inspirada en una
recreación de lo político en los ámbitos directos y locales, donde las personas
aprendemos a reconocer, a veces entre palabras como cuchillos, los
beneficios del diálogo; donde también aprendemos a ser solidarios y tolerantes;
a respetar los derechos de los demás y a cumplir nuestras
responsabilidades cívicas.
ENSAYO SOBRE LA LUCIDEZ no promueve una
remodelación del desvencijado escenario de la democracia representativa.
Tampoco una reconquista de instituciones colonizadas, quizás
irremediablemente, por los vicios y excesos del poder. Porque estas
instituciones no son instrumentos neutrales que puedan ser utilizados por cualquier
operador para alcanzar, sin más, cualquiera fines políticos, especialmente
aquellos reñidos con su propia lógica. La idea de “utilizar” dichas
instituciones para cambiarlas en un juego con sus propias reglas es un cuento
chino sin final feliz. En efecto, siempre termina con la cooptación de los
mentores del pretendido cambio . En lugar de cuentos chinos es más saludable
irnos haciendo a la idea de que una ética de mínimos es la agenda para una
sociedad libre: cada vez menos control externo y cada vez más autogobierno.
Porque mínimo es respetar la vida como
bien sagrado; respetar los derechos de los otros; tolerar nuestras diferencias
celebrando que hacemos parte de sociedades multiculturales donde tienen cabida
todos los mestizajes, credos e ideologías. Mínimo es cumplir normas básicas
de convivencia, tales como aquella que reconoce prioridad a peatones y
ciclistas en el tráfico, o como esa que prescribe no invadir la intimidad
de los vecinos con nuestra música. También es una ética de máximos, porque
máximo será acercarnos, tanto como sea posible, al umbral de los mínimos.
Esta ética de mínimos nos cae como
pedrada en ojo tuerto. Es la mejor agenda política para conjurar las
sucesivas arremetidas contra nuestros derechos, descuadernados de facto y de
iure; para reconstruir la confianza como trama invisible que devuelva su ritmo
normal a las relaciones, los negocios y los proyectos; en fin, para socavar la
devoción por el héroe-bandido agazapada en el lado oscuro del alma colectiva.
En otras palabras, para correr los velos de la secreta complicidad
con el transgresor impune enraizada en una cultura que celebra las trampas y
festeja las maromas, tanto como el fraude y las zancadillas.
Es cierto que necesitamos más y
mejor democracia. No menos. En ningún caso democracia del “quita y
pon” sino aquella radical y directa. Democracia en todas las esferas
(social, económica y política), campos y espacios de la sociedad.
Democracia para las minorías, para las disidencias y no solo para mayorías -
a la postre un ejercicio censitario de facto, o, si lo prefieren, un
error estadístico. Con más ejercicio “cara a cara” - en las redes
virtuales - para tomar las decisiones sobre lo público, en un juego que nos
comprometa a todos, quizás logremos estimular nuestra imaginación
política para enfrentar los desafíos de esta época tan confusa e incierta.