martes, 29 de mayo de 2012

Votos en Blanco por Jose Maria Borrero


VOTOS EN BLANCO
JOSÉ M. BORRERO , 2011    www.joseborrrero.com

Ensayo sobre la Lucidez  de José Saramago no encomia el voto en blanco como la estrategia  privilegiada por los votantes para depurar la democracia representativa sino, por el contrario, para negarla. Tras las sucesivas votaciones en blanco la novela no narra la crónica de una elección “saneada” con candidatos ideales. No, solo la lección de ética pública que una comunidad sin burocracia, o abandonada por ella si lo prefieren,  le dio al Estado: como castigo contra los votantes en blanco el gobierno ordenó a todos sus funcionarios abandonar la ciudad anticipando que el caos subsecuente haría reflexionar a los votantes hasta hacerlos “entrar en razón”. La novela relata  cuan inocua resultó la medida y como fracasó  la sanción impuesta,  porque lejos de caer en el caos la ciudad estuvo mejor sin burocracia.

Es cierto que un novelista no catequiza, solo cuenta una historia seductora para atrapar al lector. La  novela es arte, no política. Sin embargo, en esta como en otras obras, verbigracia 1984  de George Orwell, el arte logra un favorable impacto en la imaginación política.  La fabula de Saramago consigue remozarla para evitar su reincidencia  en los ardides de la democracia representativa, o en las promesas del mercado o de cualquiera otra mentira.  Si todo es mejor sin burocracia entonces ninguna mano diestra, siniestra o ambidiestra puede,  desde el Estado,  aproximar  nuestras sociedades  al umbral de una ética pública de mínimos y, por esa vía,  mitigar el malestar reinante.

La fábula de Saramago es muy próxima a la filosofía política de Bertrand Russell. También a la de Jean Paul Sartre  quien, habiéndose declarado anarquista en sus últimos años, pensaba que para construir una sociedad sin poder o, en todo caso, sin el poder del Estado, era necesario organizar grupos de personas afines sin vocación jerárquica que intentaran vivir y pensar fuera del poder. Una  sociedad sin poder,  no burocrática,  fue  precisamente la instaurada por los votantes de la fabula lúcida con ocasión de su gobierno anarquista de la ciudad abandonada por el Estado. Una experiencia de autogobierno inspirada en una recreación de lo político en los ámbitos directos y locales, donde las personas aprendemos a reconocer, a veces entre palabras como cuchillos,  los beneficios del diálogo; donde también aprendemos a ser solidarios y tolerantes; a respetar los derechos de los demás  y a cumplir nuestras  responsabilidades cívicas.

ENSAYO SOBRE LA LUCIDEZ no promueve una remodelación del desvencijado escenario de la democracia representativa. Tampoco una reconquista de  instituciones colonizadas, quizás irremediablemente, por los vicios y excesos del poder.  Porque estas instituciones no son instrumentos neutrales que puedan ser utilizados por  cualquier operador para alcanzar, sin más, cualquiera fines políticos, especialmente aquellos reñidos con su propia lógica.  La idea  de “utilizar” dichas instituciones para cambiarlas en un juego con sus propias reglas es un cuento chino sin final feliz. En efecto, siempre termina con la cooptación de los mentores del pretendido cambio . En lugar de cuentos chinos es más saludable irnos haciendo a la idea de que una ética de mínimos es la agenda para una sociedad libre: cada vez menos control externo y cada vez más autogobierno.

Porque mínimo es respetar la vida como bien sagrado; respetar los derechos de los otros; tolerar nuestras diferencias celebrando que hacemos parte de sociedades multiculturales donde tienen cabida todos los mestizajes, credos e ideologías. Mínimo es cumplir normas básicas  de convivencia, tales como aquella que reconoce prioridad a peatones y ciclistas en el tráfico, o como esa  que prescribe no invadir la intimidad de los vecinos con nuestra música. También es una ética de máximos, porque máximo será acercarnos, tanto como sea posible, al  umbral de los mínimos.

Esta ética de mínimos nos cae como pedrada en ojo tuerto. Es la mejor agenda política para conjurar  las sucesivas arremetidas contra nuestros derechos, descuadernados de facto y de iure; para reconstruir la confianza como trama invisible que devuelva su ritmo normal a las relaciones, los negocios y los proyectos; en fin, para socavar la devoción por el héroe-bandido agazapada en el lado oscuro del alma colectiva. En otras palabras,  para correr los velos de la  secreta complicidad con el transgresor impune enraizada en una cultura que celebra las trampas y festeja las maromas, tanto como el fraude y las zancadillas.

Es cierto que necesitamos  más y mejor democracia.  No menos.  En ningún caso democracia del “quita y pon” sino aquella radical y directa. Democracia en todas las esferas  (social, económica y política), campos y espacios de la sociedad.   Democracia para las minorías, para las disidencias y no solo para mayorías  - a la postre un ejercicio censitario de facto, o,  si lo prefieren, un error estadístico.   Con más ejercicio “cara a cara” - en las redes virtuales - para tomar las decisiones sobre lo público, en un juego que nos comprometa a todos,  quizás logremos  estimular nuestra imaginación política para enfrentar los desafíos de esta época tan confusa e incierta.